lunes, 24 de octubre de 2022

Sergio Rodríguez Jiménez

 LA ESPERA COMO COSTUMBRE

LA AUSENCIA DEL TAJINASTE ROJO EN UNA CIUDAD DE CASTILLA” (Ed. Devenir)

Las carencias afectivas son tan habituales en nuestras vidas, que no es extraño escuchar de cada cual, un puñado de historias sobre paisanos, amigos, o familiares que en algún momento se apearon del tren que compartían con nosotros, sin decir la estación dónde lo hicieron, ni los motivos ni las razones que a ello les llevaron.

En el extremo de este tipo de desarraigos, está el caso de los que, como Sergio Rodríguez Jiménez, sienten la ausencia de una forma, más que visceral, umbilical, por ser la madre la protagonista de la historia y el desafecto, del tipo de los que carecen de explicación o están sub judice, es decir a la espera de conclusiones definitivas, que sin dar ni quitar razones, permitan el reencuentro y los abrazos.

Esa espera, en casos como el de este poemario, corre el riesgo de convertirse en costumbre e implicar en el proceso a las demás personas que conviven con nosotros y ahí, como lector implicado y amigo de nuestro poeta, es donde quería llegar, para resaltar la figura de la compañera, de Isabel, que teniendo un papel quizá pasivo, (como la del autor en la espera e intento de retomar el contacto con Nati) alcanza en el poemario el protagonismo que quizá ni ella ni el autor esperan le sea atribuido.

La explicación es sencilla: el dúo y lazo madre-hijo, queda suficientemente explicado a lo largo de los sesenta y seis poemas que magníficamente Sergio enlaza, sin solución de continuidad, salvo en la variación de los capítulos, que apenas son capaces de dejarnos respirar en el discurso recitativo y que por otra parte insisten en transmitir el mismo concepto de ausencia bajo los sinónimos de carencia (de semillas), falta (de germinación), escasez (de maduración) e insuficiencia (de polinización).

La guinda del pastel es por tanto, para mí por lo menos como lector expectante, esa compañera que aparece cocinando sueños o altares, oyendo penumbras, tiñendo dudas con dulces sueños y observando, en fin, junto al autor, cómo se retuerce el mundo, con una sonrisa inmóvil.

Ella, da la sensación de ser la encargada de ayudar al poeta a terminar de solucionar el problema que le angustia.

Ella quizá sea la que definitivamente le anime a intentar el desapego necesario para que la espera no se convierta en costumbre, sino en conclusión y desenlace liberador, de una forma u otra. ¿Lo conseguirá?

Excelente poemario de un autor poco partidario de presentaciones o promociones de lo que hace, en que gracias, entre otros recursos, al acertado uso de los octosílabos logra transmitirnos esa sensación de trepidante espera provocando que podamos leer prácticamente del tirón el poemario sin el menor cansancio y con el mayor interés.

Poesía íntima y sosegada, marcada por un relativo pesimismo quizá compensado, salvado, por, de nuevo, Isabel, portadora de la esperanza.

Que nunca la espera se convierta en costumbre, que la esperanza siempre más pronto que tarde alcance sus conclusiones.

Norberto García Hernanz

domingo, 5 de septiembre de 2021

Alberto Morate

 CADA DÍA UN POEMA EN ESTADO DE AL(AR)MA

CADA DÍA UN POEMA EN ESTADO DE AL(AR)MA

EL BUEN POETA BUENO

Entre los poemarios escritos durante la pandemia con la finalidad de amortiguar sus efectos de dolor, muerte y aislamiento, tenemos aquí uno que destaca por su frescura, sencillez y sinceridad.

En él su autor, Alberto Morate, acierta de pleno en el saber trasmitirnos vivamente ese sentimiento y estado de ánimo que experimentó durante los aciagos días en que fuimos monjas y monjes de clausura, condenados a saber y sentir las desgracias que en el exterior ocurrían, pero sin poder hacer más que ejercer actos de paciencia y reflexión encaminados a “resistir”, con el único testimonio físico y tangible para la sociedad de salir a los balcones y ventanas a las ocho de la tarde.

De eso habla el poemario “Cada día un poema en estado de al(ar)ma”. Eso nos cuenta el poeta en su estado apesadumbrado a la vez que esperanzado, que se trasluce a lo largo de los 77 poemas del libro, más dos finales añadidos como consecuencia de la muerte de amigos que se van de nuestras vidas independientemente de que tengamos nuestros poemarios concluidos o no.

Y es en ese ritmo vital del irse, del alejarse de nuestras vidas esos seres queridos, en el que Alberto se aferra al poema y a la esperanza que pueda traer el escribir en estos tiempos.

De hecho al colectivo poético, la pandemia lo dividió en dos partes definidas: la de aquellos que la catástrofe enmudeció para poder contar algo sobre el drama que a todos nos ha superado en una u otra medida y la de quienes, como decimos a veces los poetas, dentro del desánimo consintieron que las musas se acercaran y les pusieran el bolígrafo o el rotring en las manos.

El caso de Alberto Morate, dada su bondad, sencillez y humildad, fue el de no tener inicialmente fuerzas para afrontar el cataclismo, para después recibir la llamada y el mensaje de aliento que le conminó a “ponerse a los papeles”.

Nosotros hemos tenido la suerte de que eso haya sido así y en consecuencia la suerte de disfrutar la lectura de estos versos que nos llevan de la mano por el mundo reflexivo de este entrañable y valioso poeta.

Espero que conmigo encontréis aquí al “buen poeta bueno” que es Alberto Morate.

                                                                                         Norberto García Hernanz


viernes, 30 de abril de 2021

Manuel de la Fuente Vidal

 SOBRE EL CONTINUO CONFLICTO DEL AMOR Y EL ODIO


¡HALLELUJA! -  Manuel de la Fuente Vidal  (Ed. Los libros del Mississippi)


 No podríamos estar aquí, tras siglos de supervivencia y exterminio, sin el odio; ni sería posible relatar la historia sin entender como el amor ha movido los hilos del entramado vital que al ser humano atañe.

Lo que pareciera fácil de separar, dado el antagonismo de los dos conceptos -la oposición visceral entre Tánatos y Eros- se convierte en imposible empresa, dada la superposición de ideas que a ambos alimentan.

Es ese paso escaso, tan cacareado, que existe entre amor y odio, el que hace compleja la batalla que les enfrenta y es ese el que el autor de ¡Hallelujah! quisiera agigantar, a la vez que reconoce las dificultades que tal empresa entraña.

Para expresar mejor lo que quiere transmitir Manuel de la Fuente Vidal en su libro, ha decidido utilizar un nexo bíblico. Y es que no habría mejor escenario para desarrollar en él la connivencia y complicidad existente entre el odio y el amor, ya que los textos sagrados han prestado innumerables ejemplos a quienes investigan cómo lo divino usa la violencia para alcanzar la pureza pretendida que el alma humana cree necesitar, para lograr sus catárticos objetivos y hacer imperar sus leyes divinas.

El poemario está expresamente dividido en esos dos apartados, Amor y Odio, sin que como digo, pueda lograrse enteramente la pretendida división, pero manteniendo suficientemente las diferencias para que el lector tenga claras las referencias a uno y otro concepto.

El modo en que el autor ha decidido hacer desfilar personajes, tensiones, batallas e ironías del contrasentido permanente de lo humano, siendo poético, no se atiene al clásico trasunto versificado, sino que alimenta la tensión de lo expresado, en un continuo desarrollo textual, que nos demuestra que la poesía para serlo, no tiene por qué ceñirse a unas pautas preestablecidas.

En ningún momento pues, puede confundirse con un relato prosaico el discurrir de los poemas, sino al contrario, ya que resaltan aún más en su discurso, la musicalidad y lenguaje poético a los que muchos otros poemarios quisieran aspirar.

Cantemos pues con Manuel de la Fuente Vidal un ¡Hallelujah! a la desaparición del sinsentido que sin solución parace ir con nosotros, con todas las civilizaciones, con la condición humana por los siglos de los siglos y vayamos entresacando en la lectura, de su mano, todo lo que cada uno tenemos de aquellos que nos precedieron en la búsqueda de la pureza, de la santidad, de la bondad, así como lo que nos impide desterrar el odio, la parte inhumana del ser humano que repudiamos y a la vez con frecuencia nos identifica.

¡Disfrutemos de su lectura!

                                                                   Norberto García Hernanz




sábado, 15 de agosto de 2020

Ezequías Blanco

CONSIGUIENDO LA COMPLICIDAD LECTORA

TIERRA DE LUZ BLANDA – Ezequías Blanco

        Me pregunto con frecuencia cómo siendo poeta o por lo menos creyéndome un poco que lo soy, me cuesta tanto conectar con el sentimiento y el mensaje que los poemarios, uno tras otro, tratan de hacerme llegar, como lector, sin conseguirlo.

        Y me contesto también, coincidiendo con lo afirmado por Enrique Gracia Trinidad en el prólogo de “Tierra de luz blanda”, que no es por la falta de sinceridad, expresividad, musicalidad o efectos plásticos y metafóricos empleados en ellos, ya que la mayor parte gozan de esos aderezos, sino por carecer de lo necesario para conectar con el lector, haciéndole cómplice de aquello que el autor está tratando de transmitirle.

        Para mí éste es, sobre todo, el logro de Ezequías Blanco en el intenso y acertado aproximarnos al difícil compartir de las dolencias propias.

        La madurez y maestría ya contrastadas del autor, permite sin la menor ampulosidad ni artificio, que podamos acercarnos y ser llevados de su mano por los lugares de angustia e incertidumbre hospitalaria que le atañeron y sentir con él, de algún modo, las esquinas siniestras de los pasillos, los anónimos artilugios ajenos a la normalidad exterior, la obra dramática que se interpreta, en fin, en las bambalinas de los quirógrafos y así poderle acompañar en su evolución de paciente “paciente” a ciudadano renovado en los bancos de los jardines y parques, que nos recuerdan tras las convalecencias, que vivir debe ser siempre añadir nuevas perspectivas a la esperanza.

        Es el único secreto, pues, y vital en el caso de la poesía, conseguir la complicidad apuntada, algo de lo que carecen la mayoría de los poetas actuales, enfrascados en un teórico hablar sincero que no es tal, sino parafernalia de recursos que amagan sinceridad pero regalan lejanía.

        Felicito pues a Ezequías Blanco por su aportación al buen hacer literario con este “Tierra de luz blanda” y ojalá sirva al lector, como a mí me ha servido, para valorar la libertad que deberíamos sentir constantemente en el exterior de los hospitales.

        Releyendo “Sobre todo nada” de Miguel Albero premio Gil de Biedma 2011, alcanzo a entender que sin tener “Tierra de luz blanda”, en principio, pretensiones de alcanzar ningún galardón prominente, no debe envidiar en nada los esfuerzos, que han hecho otros poetas renombrados, por superar la incomprensibilidad de la muerte, amenazante detrás de cada enfermedad que se encapricha de nosotros.

        Recomiendo esta accesible y sensible lectura y felicito, para acabar, la extraordinaria edición realizada por Los Libros del Mississippi, que bajo la batuta de Antonio Benicio Huerga Fierro, alcanza aquí la excelencia deseada por un libro de poesía que se precie.

        A saber: excelente maquetación, respiración de los poemas y exquisito cuidado de que la mirada lectora pueda deslizarse agradablemente por cada una de las páginas del libro.

        Enhorabuena pues a todos los implicados en este encomiable producto final.

Norberto García Hernanz


sábado, 18 de enero de 2020

Matías Escalera Cordero



BALCÓN CON TAZA DE TÉ CALIENTE ENTRE LAS MANOS
Norberto García Hernanz
Recortes de un corazón herido por la esperanza
Matías Escalera Cordero
Huerga & Fierro

       Buenas tardes y bienvenidos a la presentación en Segovia del poemario Recortes de un corazón herido por la esperanza.
       Muchas gracias a la librería Intempestivos por hacer posible la celebración de este acto, así como a quienes os habéis acercado a conocer al autor de la obra, Matías Escalera Cordero, que ha viajado desde Alcalá de Henares, para compartirla y comentarla con nosotros.
     A él le agradezco también, el trato amable que siempre me ha dispensado y el confiarme la redacción de estas palabras introductorias.
      Antes de entrar de lleno en la presentación del libro, será bueno que os haga partícipes de la amplia trayectoria profesional, social y literaria que Matías Escalera viene desarrollando desde hace años.
       Él, es un profesor de Lengua y Literatura, que siempre ha mostrado gran interés por los problemas nacionales e internacionales de carácter social y educativo, lo que le ha incitado a desarrollar una activa militancia política y a adquirir un profundo compromiso con los movimientos de ayuda a colectivos humanos agraviados y desfavorecidos.
          Esa actitud, se ha visto reflejada a su vez, en un amplio quehacer creativo literario, que abarca las modalidades de ensayo, teatro, novela, critica literaria y poesía, siendo en esta última actividad, reconocido como poeta dentro del movimiento de la “Poesía de la conciencia crítica”, denominación con la que se alude a poéticas que practican una oposición al capitalismo en su fase global y postmoderna.
      Han sido sus poemarios anteriores Grito y realidad (Baile del Sol 2008), Pero no islas (Germania 2009), Versos de invierno (para un verano sin fin) (Amargord 2014) y Del amor (de los amos) y del poder (de los esclavos) (Amargord 2016).
Además del poemario que presentamos hoy, se ha publicado recientemente una antología bilingüe (castellano-inglesa) de su obra, titulada Poemas del tiempo y del delirio ( Ed. Artepoética).

     Ante tal bagaje intelectual y teniendo en cuenta que Matías Escalera ya ha hecho varias presentaciones de su último poemario Recortes de un corazón herido por la esperanza, (Huerga & Fierro 2019) no es mi objetivo hacer un sesudo estudio de la evolución creativa del autor, a través de sus textos pretéritos, algo que por otra parte podremos encontrar en la Red (Internet) y en artículos de crítica literaria, sino acercarme al poemario en cuestión, de una manera informal, humana y directa, que permita conectar mejor al público asistente, con estos poemas dinámicos, actuales e introspectivos que hoy presentamos.
        Por eso evitaré referencias a la temporalización, estructura y construcción del poemario, para centrarme en ciertos detalles llamativos, que nos motiven a adquirir el libro, para así luego reflexionar, en una lectura íntima y privada, sobre aquello que el autor nos quiere proporcionar como tema de especulación y debate.
           Y es que antes incluso de abrir el poemario, tenemos ya una primera reflexión que hacer, cuando leemos en la portada, “Recortes de un corazón herido” pues mientras especulamos de quién será el corazón del que se habla, observamos en letra mucho más pequeña el final del título: “por la esperanza”, algo que nos avisa de que, además de una víscera damnificada, (como metáfora del sentimiento de un ser humano que sufre una decepción), hay un expreso deseo por parte del autor, de dar a conocer al culpable de tal lesión, es decir: la citada esperanza.
Matias Escalera, aún en letra pequeña, quiere, desde el principio, que sepamos la causa del dolor y de la decepción que sentirá quien, a corto o largo plazo, ponga sus expectativas en los demás y en el mundo que le rodea.
           Es decir, aunque hay un corazón herido por las experiencias vitales, como resultado del proceso natural de vivir y convivir con nuestros semejantes y de confiar en salvaciones o redenciones futuras, la novedad es que el poeta, partiendo de esa herida, es capaz de darle a ella un papel secundario, para hacer protagonista a la esperanza que puso en su momento, al servicio de aquello en lo que creyó, como motor de su felicidad y realización humana.

Vosotros, lectores, a partir de un hecho consumado que se os da en el título de la obra, tendréis que discernir, posteriormente, hasta qué punto el autor está enteramente convencido de sus asertos:
No hay esperanza, no hay esperanza, reconocedlo al fin”, “Soñáis, pero los sueños no se cumplen” “El canto no os consolará, tampoco el grito”.
o por el contrario, si alberga resquicios en sus consideraciones, por donde dicha esperanza pueda rehabilitarse de algún modo y volver a respirar:
Cuando la esperanza se bate en retirada, todo sucede así (antes de la luz) Con extrema sencillez... Contra toda esperanza el ahogado se levanta en la playa, se sacude las olas, se sacude la muerte.... Contra toda esperanza el amor de los amantes no se ha extinguido aún.... y tú y yo consumamos el canto de los seres que esperan”.

            Conoceréis también de la mano de Matias Escalera, como cabría suponer, dado su compromiso racional con lo humano, que el tipo de esperanza del que aquí se habla, no es el simplista de las aspiraciones mundanas a corto plazo: “Si la esperanza solo está en tu piel...si la esperanza es solo tus besos... si la esperanza se esconde solo en tus muslos... Entonces No hay esperanza ninguna: amor mío...”

             Y metidos de lleno en ese debate dialéctico entre esperanza, desesperanza y posicionamientos personales ante el sentido o no de la vida, avanzaremos transitando diferentes perspectivas que el autor nos propone, siempre con el mismo eje de referencia.
            Encontraremos poemas que nos hablarán de cómo gestionaron en su tiempo la esperanza otros pensadores, activistas, habitantes de distintos países, según épocas, según circunstancias y nos daremos cuenta de que el autor, además de ir contrastando o completando su pensamiento personal con el de esos diferentes personajes, se irá desdoblando él mismo, para adquiriendo distintas voces en su discurso (dice él, dice ella, dice el ángel,...) invitándonos, pienso, a tomar partido, a ser nosotros, poetas también y a decantarnos por ver el vaso medio lleno o medio vacío en lo referente al tema central del poemario.
           También hay un largo poema: La balada de los gilipollas... en el que, si os ocurre como a mí al leerlo, no llegaréis a discernir si, según el autor, es mejor tener esperanzas o no tenerlas, es mejor hacerse el tonto o ser tonto, si compensa o no ser un idiota consciente, o si ser un idiota inconsciente es lo ideal para alcanzar la felicidad. ¿Existen en el fondo los gilipollas o todos somos gilipollas? También ahí tendremos tema de reflexión como veréis.
             Y por no extenderme en exceso y dar paso cuanto antes a la lectura de los poemas, haré una consideración final como resumen de todo el sentimiento que me ha transmitido la lectura del libro.
             Diré que en el fondo de un discurso quizá un tanto pesimista, he vislumbrado a un poeta que quiere, sobre todo, compartir y contrastar con los lectores sus soliloquios personales, como buscando connivencia y apoyo a esa soledad intelectual que supone, en definitiva, hacer ciertas introspecciones filosóficas sobre la vida.
            Por eso sus aclaraciones finales, por eso el hacernos partícipes de su visión del mundo desde las preguntas que a todos nos rondan alguna vez en la cabeza.
          ¿Cómo es posible que seamos tan parecidos los humanos y a la vez tengamos conceptos tan distintos de lo que es justo o injusto, de aquello que mantiene nuestra esperanza y lo que habitualmente tanto nos desespera?
         ¿Cómo es posible que ante el fenómeno vital, al que todos tenemos acceso, mostremos tan diferentes capacidades de emoción y asombro?
           Yo particularmente, Matías, puedo decirte que en la lectura de tu poemario, por si de algo sirve, sí he sentido como tú, el paisaje ante el cual, con una taza de té caliente entre las manos, en ese balcón, realizas esas reflexiones, en el convencimiento de que es este presente, este pulso vivo el que, sin esperar a mañana, debe darnos pistas sobre qué pueda ser la auténtica esperanza, sea la susodicha esperanza lo que en el fondo quiera ella o no quiera ser. Muchas gracias.

Norberto García Hernanz

lunes, 30 de septiembre de 2019

Henri Berguer Martín

"POESÍA BIPOLAR" - Henri Berguer Martín



POESÍA A FLOR DE PIEL

        En el múltiple abanico de registros que se pueden apreciar dentro de la poesía contemporánea viva, no siempre son la originalidad y la independencia atributos destacables, que exhiban además una pluma sincera, desnuda y descarnada.
        Sin embargo, el poemario “POESÍA bipolar” de Henri Berger Martín, dado así, con la palabra poesía en mayúsculas, nos va a introducir rápidamente en el corazón abierto habitado por el flujo de emociones contrapuestas y convulsas, donde el autor nos hace partícipes del correr de la sangre poética e intimista que le fluye por las venas.
         En esta “opera prima” densa y extensa, tenemos la oportunidad de visitar, con Henri, como si lo hiciéramos en primera persona, toda su trayectoria poética, aún muy joven, (el autor tiene apenas veinte años) en un ejercicio difícilmente superable de sinceridad.
         En él no se elude nada que pueda esconder su evolución poética y sentimental, en un afán casi pedagógico de mostrar la lucha interna que permite el progreso y la evolución hacia nuevas formas de expresión.
      Podremos observar, pues, cómo el poemario, en diferentes apartados, va modificando sus métodos formales de escritura, pasando de los más clásicos, adaptados a estrictas normas líricas, a otros más libres, en que el poeta pueda dar rienda suelta a su expresividad.
Pero esto es solamente el principio, pues escuchando a Henri Berger Martín recitar sus poemas, como yo he tenido ocasión de hacerlo, nos asaltarán inmediatamente multitud de inquietudes respecto a la persona que se encuentra tras los versos recitados.
      Comenzaremos apreciando un tímido decir, una sinceridad a flor de piel que cuenta sus experiencias sentimentales, con una musicalidad culta y refinada, estructurada a la vez en ritmos actuales y urbanos, muy personales.
          A continuación sentiremos acercamiento y complicidad con el modo sencillo, elegante, educado y hasta diría que caballeresco, con el que el poeta nos va conquistando para finalmente, terminar rindiéndonos a esa “bipolaridad”, de la que, pienso, todos somos partícipes de una forma u otra en nuestro comportamiento vital. Bipolaridad que en su caso, se manifiesta más intensamente por esa forma franco-española de afrontar los avatares diarios, dada su condición bilingüe de pensar, expresarse y en definitiva de sentir.
            Es, por tanto, Henri Berger Martín, un poeta hecho a sí mismo, que ha sabido ser arquitecto de su persona para construirse y reconstruirse repetidas veces y así legarnos en el momento actual una digna producción poética, resultado de todo ese azaroso y convulso proceso.
Merece la pena adentrarse en “POESÍA bipolar”, así, con la palabra poesía en mayúsculas, y de la mano del autor disfrutar su experiencia personalísima, cargada de lirismo, humanidad, capacidad de superación y “savoir faire” literario.


viernes, 31 de mayo de 2019

Norberto García Hernanz

SÉ - Itinerario de una despedida
(Crónica de Amando Carabias)
(30 DE MAYO DE 2019 CASA DE LA LECTURA DE SEGOVIA)
            El último adiós / no debiera ser resumen, nunca, / de lo que nunca unió a los que se quieren —como responsos,e sólo la memoria (y ahora los versos) rescatan del olvido: el arroz con leche, la mano maternal aferrando la del poeta cuando era niño, el abrigo de punto inglés…
              El libro se articula en tres partes “Ángel exterminador”, “Separación” y “Paraíso”. Cada una toma su título de uno de los poemas que la integran.
           “Ángel exterminador”, una reflexión sobre la muerte, abre el poemario con el final de la vida de su madre en un mes de enero. La primera reflexión es sobre la despedida física. El poeta se percata de inmediato que una parte del fatal acontecimiento se rodea de formulismos y retórica: los responsos, crematorios, pésames, coronas o esquelas ya citados, cuando la verdadera despedida, la más entrañable y secreta, es el postrer gesto de afecto al ser querido. Sin embargo, aún resta la más dolorosa: cuando el barquero toma posesión de su cadáver. A partir de ese momento, el poeta —el hijo— siente que nada importa, que nada siente, salvo la ausencia materna. Y, tras la incineración, se pregunta por la esencia de la muerte: qué o quién es ese Ángel exterminador. Sólo una mente clara, equilibrada y serena, como la del autor, llega a la conclusión certera: la muerte sólo es un agente que cumple lo previsto, sin conciencia ni afectos o desafectos, se limita a ejecutar con eficacia la tarea asignada. Aunque no haya saña, es inevitable retroceder al último instante para descubrir que ese momento es abrazarse y fundirse al rayo que cae como un temblor, para dejar de ser, sumergiéndonos en la nada. Poco después, tras tomar conciencia de la muerte materna, el poeta llega a la pregunta inevitable: ¿Dónde vamos tras morir? Norberto responde con otra: ¿Dónde podemos ir que haya más profundidad y más emoción que en el breve canto de la alondra?
            Quizá el duelo (inevitable e imprescindible en el itinerario de despedida) consista en pasar crueles pruebas: laberinto de preguntas, dudas, miedos, culpa, inseguridad… La vida cobra otro sentido. Quizá no sea diferente desde fuera, pero quienes hemos pasado por ello sabemos que desde el interior del sufrimiento por una ausencia tan dolorosa se altera la escala de las cosas y uno se para a meditar en asuntos en los que antes ni siquiera caía. Norberto llega a la conclusión de que el camino para sanar cuanto antes es un estoicismo vital: contemplación, observación, fluir con la existencia. En otro poema descubre que la muerte es desvanecerse poco a poco, sin más; pero lo malo es que no hay camino de regreso. El poeta comprueba que el recuerdo, aun gozoso, no apaga la tristeza. Sin embargo, nada más producirse el terrible momento, percibe que el tiempo se altera, pues de inmediato se convierte en recuerdo. Uno llega a lo más profundo del duelo cuando tiene la sensación de ser parte de la nada, del vacío más absoluto, sin nada que decir o meditar o pensar u objetar o esperar. Hasta que cae en la cuenta del pacto de silencios y miradas contraído con ella durante las últimas Mañanas de hospital.
            La segunda parte del libro, “Separación”, la más amplia, es un vaivén del alma entre recuerdo y reflexión. El dolor continúa, pero acaso mengüe la intensidad, o, quizá, como nos hemos acostumbrado a él, se soporta mejor.
          Nuestro poeta percibe que empieza a salir de la sima donde cayó su corazón, al intuir que el homenaje a la madre muerta será la búsqueda perenne de lo vivo, pues esperar señales solemnes no la devolverá a la existencia. El poeta se va doctorando en ausencias: el recuerdo del olor de los claveles de la corona le trae recuerdos del aroma de la visita a los patios andaluces que tanta la apasionaban. Poco a poco se enfrenta a lo cotidiano con más entereza, pero aún así pregunta: cuándo dejarán de vibrar los significados que dejó sobre la esencia de las cosas, o cómo puede avanzar el calendario sin su presencia. En la naturaleza, en el bosque, en el pinar se reencuentra con el recuerdo de su sonrisa. Pero es inevitable la sombra de un complejo de culpa como el que se insinúa en el poema Mi alejarte de lo vivo. Y llegamos al poema “Sé”. Al leerlo se comprende la primera parte del título: El autor es plenamente consciente de que ha sido un hijo amado. Un hijo dedicado a la poesía, entre otras cosas, que ha visto cómo su madre doblaba los recortes del periódico que hablaban de él. No es que recortara, doblara y guardara esas reseñas, poemas o informaciones, sino cómo lo hacía, cómo ella ponía el alma en sus manos, porque de algún modo así acariciaba al hijo. En el proceso del duelo descubrimos que una cosa es alejarse de alguien y otra bien diferente despedirse. Alejarse es rectilíneo, uniforme. Despedirse es una curva áspera con mucha pendiente que tiende a doblarse en dos en su punto de inflexión. Por eso regresa una idea ya expuesta en otro poema: recordar a la madre en lo cotidiano y contar con su presencia en esos momentos en que los sueños flotan cuando vamos despertando. En este sendero de separación el autor se da cuenta de que paladea la vida a pesar de desconocer su rumbo y a pesar del temor, y a pesar de su inestabilidad, y lo hace como si no tuviera final, como si nunca fuera a anochecer ni ella a marchitarse. Y al fin, toma la decisión: cuando ya es primavera, asegura que cumplirá con su promesa de llevarla al mar. Decía más arriba que esta segunda parte es como un vaivén de sentimiento y reflexión. En esta cadencia, encontramos una reflexión poética, acerca del no ser. El poeta muestra de nuevo su actitud ante la vida que tiene mucho de estoicismo vitalista: no debe preocuparnos no ser, pues no ser quita los problemas y unifica criterios. Lo esencial es abrazar la existencia, todos sus detalles y pequeñeces.
                 Ahora que ha puesto fecha para la definitiva despedida, nos regala seis poemas —los últimos de la sección— que vuelven a los sentimientos, al recuerdo, a cierto dolor y resignación. Ya nada se puede atravesar para regresar a la madre; de nuevo la memoria es el único lugar donde se puede repetir su palabra apasionada o sus preguntas diseccionando lo cotidiano. El poeta se reitera a sí mismo que el resto de su vida será más fría, sin el abrigo de su amor. Y cuando ya viajan, en el poema “Madrecita”, especie de oración a la madre, promete:
            Haremos en tu honor lo posible / por cambiar cualquier nostalgia / por playas plenas vivientes, / madrecita, / ya dada en tu desvanecerte / a un cielo de gaviotas, humectadas / en luz iridiscente y marina
          A pesar de que todo parece claro, el poeta aún no acepta completamente la situación y como no está muy seguro de la eternidad, pide que su madre nunca llegue a la otra orilla, que siempre navegue, porque así prolongará este nuevo modo de vida. Y en el vitalismo que caracteriza al poeta, nos ofrece los dos últimos poemas de esta sección segunda que ya anuncian la tercera. En el primero descubre cómo cualquier amanecer es momento perfecto para la acción de gracias, para proponer algo nuevo, para no morir, para inventar esperanzas, para sentir que la zozobra y el miedo son del pasado, para celebrar lo efímero. Y el segundo supone el pistoletazo de salida al viaje. Algo tan sutil como una araña paseando por la mano del poeta, encarna la potencia de la primavera y señala, a pesar del recuerdo de su muerte, la dirección de la vida como algo inevitable.
         La tercera y última parte, “Paraíso” se divide en dos secciones. Los cinco primeros poemas, aún son la voz del autor, el yo que habla desde el inicio. Los cuatro finales emergen en la voz materna: recuerdos, deseos, últimos anhelos.
          Para cualquier mitología, religión, incluso ideario político, el Paraíso es el lugar idílico hacia donde nos dirigimos. En muchos casos, además, es punto de partida, con lo que alcanzar el Paraíso es retornar al inicio de felicidad absoluta: inocencia, belleza, ausencia de enfermedad y sufrimiento son la vida cotidiana.
           Los primeros cinco poemas son fracciones del mismo momento, cuando el poeta llega al lugar donde arroja sus cenizas. Primero contempla el paisaje y llega a la conclusión de que dan igual creencias o increencias. Lo único tangible es lo que está frente a la ausencia, la razón frente a la ira, la verdad frente a la mentira. Y en la línea del horizonte neutral (entre fe y ateísmo) habita la sonrisa de un cercano paraíso, con que los dioses, de existir, premiarían. Una vez arrojadas las cenizas, la imaginación del autor contempla cómo el agua del mar pasa entre sus dedos, cómo se lo bebe para tornarse ella duda mediterránea en alusión a la duda del paraíso planteada en el anterior poema. Mientras contempla el final de la playa sobre el acantilado, siente que allí chapotean su pies humeantes, dejándose hundir en al arena, como si su ilusión por saber y conocer permaneciera viva. El sabor del salitre se presta a los labios como el sabor de los helados de tres gustos a la lengua. (Y es que el viaje ha propiciado el recuerdo y regreso a la infancia). Las últimas palabras del yo poético son para la contemplación de la playa, el reflejo esmeralda del mar que cabe en su mirada y en la de todos cuyo recuerdo de verdadera Costa Brava modela su realidad. Así —aunque siempre lejana y de otros— es siempre de la familia, mucho más ahora que es el paraíso donde la madre habita.
         Gracias al hijo/poeta, el lector escucha a la madre en cuatro poemas, no sólo evocadores del pasado. En el primero, titulado “Expreso”, la madre rememora su primer viaje en tren en verano desde la Meseta hasta Garraf, pasando por Zaragoza y la desembocadura del Ebro, donde ya para siempre retuvo el azul; ese expreso fue su guía de asombro y ella mantuvo su devoción hacia su espíritu de hierro. En el titulado “Si os dijeran” advierte que no la encontrarán en la Meseta, ni en las cumbres de las montañas o en los pinares castellanos, sino que estará viajando hacia la costa para dar su cuerpo al agua y su inconformismo a las discusiones o estará sonriendo entre los suyos y elaborando conclusiones sobre sus preguntas. El penúltimo poema del libro, “Paraíso” es una declaración de amor a ese paisaje. El libro concluye con el poema titulado “Ya solo el mar”, un canto al mar como paraíso que remata con una potente imagen a modo de definición de eternidad. Sólo mirará al mar hasta que todas las raíces de su espíritu, llegadas a la costa en el agua, penetren las rocas hasta hacerse árbol su recuerdo para formar parte del paisaje de la Costa Brava. Observará el mar como lo hacen las sirenas cuando dejan de luchar contra la corriente y se detienen para meditar en el borde la luz mediterránea. Como ángel cuyas alas son reflejo de la luna y las estrellas, quedará en las calas dando la espalda complacida y sin rencores, en libertad en el azul que la prolonga.
                           Pero además, el libro traza al lector un boceto de la madre. Esbozo unas líneas de este perfil: ama al mar; fue muy tierna durante la infancia del poeta; la enfermedad le hizo retornar a la infancia, hasta el olvido de sí; le apasionaban los patios andaluces; utiliza mucho como argumento el famoso “porque sí”; dejaba su huella en cuanto hacía; fue mujer activa, siempre atenta a su hijo; su arroz con leche aún lo recuerda el poeta; recortaba, doblaba y guardaba todo lo que se publicaba sobre su hijo; era apasionada al hablar; le gustaba preguntar para diseccionar la realidad; remendaba y cosía muy bien; su último deseo fue que arrojaran sus cenizas al mar; le encantaba aprender; el amor a la Costa Brava le llegó muy jovencita; amaba la libertad.
        Concluyo. Quien no haya tenido en sus manos este poemario, quizá se sorprenda al comprobar que se trata de edición bilingüe. Catalán y castellano comparten espacio y sentimiento. La razón tampoco es un misterio. Se explica en la contraportada:
     «La ubicación de esos lugares concretos en el Mediterráneo catalán sugirió al autor la posibilidad de traducir a dicho idioma la obra, algo que gustosamente aceptó el poeta abrerense José Luis García Herrera a fin de que estos textos puedan leerse y sentirse también en la lengua de aquella nacionalidad hermana, como acercamiento de lo castellano y catalán, y en general de las personas y los lugares que tienden a conectarse sin tener en cuenta las fronteras»:
     En fin, que sirvan mis palabras como tímido acercamiento a este nuevo poemario de Norberto, otro paso más en su andadura de creatividad poética que esta vez se asoma a uno de los sentimientos más potentes que puede atrapar a cualquier ser humano, como es la muerte de un ser querido y, sale de él fortalecido, convencido de que tras la muerte se llega al Paraíso, por tanto a la felicidad, en este caso hacerse parte de ese paisaje que mira al mar en un lugar de la Costa Brava, en este azul que me prolonga.
Muchas gracias