Creo que el astronauta que quiso ser Ben Clark, (como
“todos
aquellos amigos que le acompañaban humildemente en el silencio,
cuando dolía ser”
(“Astronautas”), está cumpliendo, de forma indirecta, aquel
deseo de la infancia, al haber sido colocado en una órbita casi
cósmica por el reconocimiento a nivel internacional, recibido tras
ganar hace dos meses el Premio Loewe de poesía.
Como él mismo ha declarado, si otros premios
anteriores le ayudaron a salir del anonimato, éste le ha dado el
apoyo definitivo, para continuar su dedicación intensa a la creación
poética.
Y dentro de esa singladura vertiginosa, que le ha
llevado a presentar el poemario galardonado, “La policía celeste”,
en al menos veintidós ciudades españolas, tenemos la suerte de que,
más o menos a mitad de camino, este buscador tanto de sensibilidades
terrestres, como de significados celestes, haya recalado en nuestra
ciudad.
Pensaba yo estos días, haciendo un símil espacial no
sé si acertado, que cuando llegara a Segovia, Ben Clark lo haría
como patrullero cósmico de, ya, una multitud de planetas, (Alicante,
Sevilla, Córdoba,...según creo ayer mismo Albacete) y que a estas
alturas nos encontraríamos todos con él, en un lugar ya muy alejado
y frío de nuestro sistema solar, como aquel en el cual el padre
Giuseppe Piazzi descubriera en 1801, el asteroide Ceres.
Es a ese lugar lejano físicamente, donde me gustaría
que todos, en este acto de presentación, nos sintiéramos
transportados, para sentir y disfrutar durante unos minutos, tanto el
exterior como el interior que forma la estructura de nuestro
pensamiento y el modo de interpretar la experiencia vital en la que
estamos involucrados.
Querría, que junto a Ben, fuéramos parte de esa
policía celeste que “a través de una perspectiva física y
sensorial de lo que nos rodea, tratase de alcanzar una cierta
perspectiva metafísica de la vida.” (cita de Antonio Maura,
escritor brasileño)
Deberíamos pues, embarcarnos, con el pretexto de la
búsqueda de un planeta desconocido en 1800 y que debía estar entre
las órbitas de Marte y Júpiter, en un viaje al centro de nosotros
mismos, al origen de lo que somos y significamos, sobre todo para los
demás, como dice él en “Origen” “he construido todo mi
universo alrededor del día en que llegaste”, porque en el
reflejarnos en los otros, en el buscar el amor de los que nos
acompañan, es de donde parte habitualmente nuestra aventura humana.
Así lo deja entrever el autor en el poema “Mi
cuerpo” cuando declara que “este cuerpo que te ofrezco es
algo que he ido coleccionando desde niño” o más adelante
“Todo esto arrastro, todo esto te traigo después de rebuscar
en este cuerpo; como el perro que ofrece un hueso antiguo, como el
niño quemado por el sol que recorre la orilla y le regala un tesoro
a un extraño.”
Se produce aquí, el asombro del autor de “La policía
celeste” al constatar la enorme distancia que existe entre la
intimidad y las lejanas galaxias y a la vez la cantidad de
consideraciones que las lejanas galaxias aportan a nuestra intimidad,
como la soledad que las une o la cálida frialdad con que su
existencia nos acoge y en ocasiones rechaza.
Había pues un planeta, buscado concienzudamente por
una policía celeste de astrónomos, que debía estar en algún lugar
determinado, según dictaban las ecuaciones y leyes gravitacionales y
según Johann Daniel Titius, porque el Creador no podía dejar por
las buenas aquel espacio vacío, aunque en este último supuesto,
como apunta Ben, en el poema homónimo del título del libro, ahora
ya estábamos en una época en la que “hablamos de un tiempo
más antiguo que Dios.”
En “Viejos dioses” podemos leer: “...los
dioses antiguos han llorado por nosotros... en un lenguaje de voces
mortecinas”, esos dioses deben dar paso a un nuevo modo de
encontrar verdades, en el que el ser humano, quizá aún estando más
sólo que antes, pueda por el contrario ser más libre.
Avanzamos pues en solitario, en esa búsqueda del
planeta que debe estar ahí y que representará un descubrimiento
importante como objeto material, pero no menos, como bagaje
espiritual.
Así en el poema “Ocho cometas”, Ben Clark le
inquiere a la astrónoma Carolina Herschel : “Cuéntame ahora
qué es lo que buscabas cada noche en el cielo, Carolina, ¿mirabas
hacia fuera o hacia dentro?”. Es decir: al buscar el
planeta perdido ahí fuera, ¿qué parte de nosotros estamos buscando
o tratando de encontrar o completar aquí dentro?
Tal vez la búsqueda del objeto, no sea el único
protagonista de nuestro asomarnos a las alegrías y fatalidades de la
vida, sino también y con igual importancia, aquel espacio vacío de
la intimidad del sujeto pensante, en el que nos vemos desnudos y
necesitamos ser encontrados por el afecto y el amor de los demás.
Por eso el poeta se abre al mundo y nos da su íntima
cotidianeidad en el poema “La habitación” diciendo “Soy
un niño en medio de un poema, nada más”, como un intento
de conocerse mejor a sí mismo, de evaluar sus seguridades e
indefensiones, de afrontar la madurez desde lo que los demás puedan
ver en su desnudarse.
Es pues el exterior, en esos viajes a lugares ignotos
como “Tristan da Cunha”, (el lugar habitado más alejado de
cualquier otro lugar habitado), en el que llega su “atreverse
a viajar a la galaxia que gira en cada uno de nosotros”
(“Atreverse”) donde llega ese afrontar toda la frialdad que la
vida exhala en las consultas de hospital, en el paso del tiempo que
se lleva a nuestros antepasados y amigos, como en “El mejor de los
mundos posibles”, en “Rolls Royce”, o en las desgracias
múltiples como la de “Aberfan”.
Llega así, como digo, el caminar hacia el futuro, con
el apoyo de aquellos recuerdos de la infancia en la seguridad de la
casa, con el referente de la sabiduría de los ancestros, del padre,
que tanto aportan con sus experiencias pasadas y con sus consejos
presentes.
Y es digno de resaltar en Ben ese apoyo, ese
entendimiento y admiración a la figura de su padre, que yo
interpreto como un guía, como baliza luminosa en medio de las
tempestades, ayudando a su hijo a proseguir su viaje galáctico por
la vida.
Salta a la vista, ese sentirse afortunado como hijo,
entre otros, en el poema “Esperando al Halley en 2061”, donde
evoca a otro poeta que nunca conoció a su padre y que pasa toda su
vida tratando de comunicarse con él a través de las estrellas o
también en el poema “El humorista” donde alguien le incluye en
“el equipo ganador” de los hijos queridos.
Mientras tanto, el planeta buscado por esa policía
celeste que hemos constituido todos aquí durante unos minutos, sigue
sin ser observado, o quizá hallamos empezado a vislumbrarle.
Curiosamente, los objetos inanimados, los silencios y
la soledad, se encargan, a veces, de hacernos sentir acogidos, tras
la inmensidad de su desafección, por la calidez de la intimidad que
sugieren.
Es el caso de unas simples cepas de vid en “Frente a
las viñas” que con su simple balanceo, con su silencio conmovedor,
pueden darnos pistas al respecto.
Es el caso también, de la inmensidad de las galaxias que chocando ineludiblemente, como lo harán un día “La Vía Láctea y Andrómeda”, “como chocan los trenes en tus juegos, con ruidos de explosivos con saliva.” le recuerdan al niño que llevamos dentro, que la belleza de lo carente de vida, moviéndose impasible al rededor de nuestra efímera existencia, le aporta, en ocasiones, más respuestas de las supuestas a nuestra búsqueda vital.
Es el caso también, de la inmensidad de las galaxias que chocando ineludiblemente, como lo harán un día “La Vía Láctea y Andrómeda”, “como chocan los trenes en tus juegos, con ruidos de explosivos con saliva.” le recuerdan al niño que llevamos dentro, que la belleza de lo carente de vida, moviéndose impasible al rededor de nuestra efímera existencia, le aporta, en ocasiones, más respuestas de las supuestas a nuestra búsqueda vital.
Aparece pues el planeta. Primero uno y luego un
conjunto multitudinario de asteroides, que relajarán nuestro
sentimiento de orfandad cósmica e íntima; por lo menos hasta que se
susciten nuevas preguntas que la madurez adquirida por el hallazgo
reciente, estará más preparada para afrontar.
Para acabar, solo resumir en tres ideas, aquellas
virtudes que hacen de Ben Clark, un poeta de superior categoría,
digno de este premio Loewe, de los conseguidos en el pasado y de
tantos otros que merecerá en el futuro: Transparencia, agudeza
constructiva y empatía vital.
Muchas gracias a todos y espero que como policía
celeste amante de la buena poesía disfrutéis y compartáis junto a
Ben, las excelencias de este viaje cósmico.
Norberto García Hernanz
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