ÍNDICE DE INGRÁVIDOS
Nadie se engañe ante la
inicial apariencia surreal de este poemario, pues tras ese derroche
de versatilidad lingüística, que por otra parte da cuerpo a la
contundencia del mensaje que desea transmitir, “Índice de
ingrávidos” encierra, bajo un discurso apocalíptico y
desesperado, el deseo de concretar determinadas seguridades, que
templen el espíritu humano, zarandeado por avatares y dioses,
siempre ajenos en sus deseos, a los terrestres y grávidos, que
conforman la sensibilidad humana.
La temática del
poemario, no obstante, discurre por la fatalidad a veces inconsolable, en la que la belleza reside en los propios poemas que materializándose a modo de mensaje bíblico, relatan la decrepitud de la civilización, incapaz de afrontar sus retos sociales.
Con todo ello, el autor,
en acto noble autocrítico, advierte que los propios poemas son “una
pecera para tiburones que corre el riesgo de carecer de sentido.”
Ante
tal afirmación, ante el propio Enoch bíblico, (minimizado en sus
apariciones con la e inicial en minúscula), ante los demás protagonistas o
pilares básicos del épico relato, como el cometa 55P/Tempel-Tuttle,
David Bowie, los Vigilantes, (estos sí, siempre con mayúscula, como
estando al mando de fatales decisiones universales), cabe al lector
llegar a encontrar el verdadero sentido de la obra, que subyace quizá
en la fatal desesperación del desarrapado, emigrante exiliado de
cualquier tierra y patria, zarandeado por un sistema global
deshumanizado.
Él
es la víctima que no puede defenderse a sí mismo, al que sólo le
salva su elevación, su inmaterialización ingrávida, que le lleva a
paraísos, negados a su desterrada corporalidad.
Paraísos,
que por otra parte aparecen, a su vez, carentes de sensibilidad,
delatando la contradicción entre lo terreno y grávido, de lo que se
quiere escapar y la levedad insoportable de la soledad cósmica
ingrávida, carente de humanidad.
“Índice
de ingravidos” es pues, un poemario que define y consolida la línea
seguida por Sergio Artero, que aquí alcanza niveles superiores de
transmisión literaria, en los que el lector percibirá una catarata
fresca y tumultuosa de contenidos a reordenar, de forma que cada
relectura sea una nueva interpretación del mensaje que subyace en
sus textos, igual que cada nueva audición de una obra maestra
musical, nos desvela registros atrayentes en los que antes no
habíamos reparado.
Por
si fuera poco, Sergio Artero, en contra de lo supuesto tras esa línea
desaforada y apocalíptica apuntada, en la que la obra se
desarrolla; hace un resumen final de citas, donde declara variados
nombres propios de otros autores que inspiraron los diversos pasajes
explicitados en cada poema.
Para
mayor abundancia, como si el autor no quisiera dejar ni un cable
suelto, remata todo el encadenamiento de sentencias apasionadas, con
una loable interpretación aclaratoria del cómo y el porqué de la
obra.
Si
además de leerlo, podemos disfrutar en alguna ocasión de la puesta
en escena apasionada que el autor realiza, con medios sencillos y
tiernamente suficientes, llegaremos a la conclusión de que Sergio
Artero está ya en el estado de madurez donde los poetas no solamente
son capaces de contar de algún modo lo que sienten con intensidad,
sino de conseguir que los que están al otro lado escuchando o
leyendo, puedan conectar con su mensaje, reinterpretarlo, degustarlo
y compartirlo con el poeta.
Por
eso, desde aquí, le agradezco este regalo que transmite y cala en el
ser sensible y le doy mi más sincera enhorabuena.
Norberto García Hernanz
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