SÉ - Itinerario de una despedida
(Crónica de Amando Carabias)
(30 DE MAYO DE 2019 CASA DE
LA LECTURA DE SEGOVIA)
El último adiós / no debiera ser resumen, nunca, / de lo que
nunca unió a los que se quieren —como responsos,e sólo la memoria (y ahora los versos) rescatan del olvido: el
arroz con leche, la mano maternal aferrando la del poeta cuando era
niño, el abrigo de punto inglés…
El libro se articula en tres partes “Ángel exterminador”,
“Separación” y “Paraíso”. Cada una toma su título de uno
de los poemas que la integran.
“Ángel exterminador”, una reflexión sobre la muerte,
abre el poemario con el final de la vida de su madre en un mes de
enero. La primera reflexión es sobre la despedida física. El poeta
se percata de inmediato que una parte del fatal acontecimiento se
rodea de formulismos y retórica: los responsos, crematorios,
pésames, coronas o esquelas ya citados, cuando la verdadera
despedida, la más entrañable y secreta, es el postrer gesto de
afecto al ser querido. Sin embargo, aún resta la más dolorosa:
cuando el barquero toma posesión de su cadáver. A partir de ese
momento, el poeta —el hijo— siente que nada importa, que nada
siente, salvo la ausencia materna. Y, tras la incineración, se
pregunta por la esencia de la muerte: qué o quién es ese Ángel
exterminador. Sólo una mente clara, equilibrada y serena, como la
del autor, llega a la conclusión certera: la muerte sólo es un
agente que cumple lo previsto, sin conciencia ni afectos o
desafectos, se limita a ejecutar con eficacia la tarea asignada.
Aunque no haya saña, es inevitable retroceder al último instante
para descubrir que ese momento es abrazarse y fundirse al rayo que
cae como un temblor, para dejar de ser, sumergiéndonos en la nada.
Poco después, tras tomar conciencia de la muerte materna, el poeta
llega a la pregunta inevitable: ¿Dónde vamos tras morir? Norberto
responde con otra: ¿Dónde podemos ir que haya más profundidad y
más emoción que en el breve canto de la alondra?
Quizá el duelo (inevitable e imprescindible en el itinerario de
despedida) consista en pasar crueles pruebas: laberinto de preguntas,
dudas, miedos, culpa, inseguridad… La vida cobra otro sentido.
Quizá no sea diferente desde fuera, pero quienes hemos pasado por
ello sabemos que desde el interior del sufrimiento por una ausencia
tan dolorosa se altera la escala de las cosas y uno se para a meditar
en asuntos en los que antes ni siquiera caía. Norberto llega a la
conclusión de que el camino para sanar cuanto antes es un estoicismo
vital: contemplación, observación, fluir con la existencia. En otro
poema descubre que la muerte es desvanecerse poco a poco, sin más;
pero lo malo es que no hay camino de regreso. El poeta comprueba que
el recuerdo, aun gozoso, no apaga la tristeza. Sin embargo, nada más
producirse el terrible momento, percibe que el tiempo se altera, pues
de inmediato se convierte en recuerdo. Uno llega a lo más profundo
del duelo cuando tiene la sensación de ser parte de la nada, del
vacío más absoluto, sin nada que decir o meditar o pensar u objetar
o esperar. Hasta que cae en la cuenta del pacto de silencios y
miradas contraído con ella durante las últimas Mañanas de
hospital.
La segunda parte del libro, “Separación”, la más amplia,
es un vaivén del alma entre recuerdo y reflexión. El dolor
continúa, pero acaso mengüe la intensidad, o, quizá, como nos
hemos acostumbrado a él, se soporta mejor.
Nuestro poeta percibe que empieza a salir de la sima donde cayó su
corazón, al intuir que el homenaje a la madre muerta será la
búsqueda perenne de lo vivo, pues esperar señales solemnes no la
devolverá a la existencia. El poeta se va doctorando en ausencias:
el recuerdo del olor de los claveles de la corona le trae recuerdos
del aroma de la visita a los patios andaluces que tanta la
apasionaban. Poco a poco se enfrenta a lo cotidiano con más
entereza, pero aún así pregunta: cuándo dejarán de vibrar los
significados que dejó sobre la esencia de las cosas, o cómo puede
avanzar el calendario sin su presencia. En la naturaleza, en el
bosque, en el pinar se reencuentra con el recuerdo de su sonrisa.
Pero es inevitable la sombra de un complejo de culpa como el que se
insinúa en el poema Mi alejarte de lo vivo. Y llegamos al poema
“Sé”. Al leerlo se comprende la primera parte del título:
El autor es plenamente consciente de que ha sido un hijo amado. Un
hijo dedicado a la poesía, entre otras cosas, que ha visto cómo su
madre doblaba los recortes del periódico que hablaban de él. No es
que recortara, doblara y guardara esas reseñas, poemas o
informaciones, sino cómo lo hacía, cómo ella ponía el alma en sus
manos, porque de algún modo así acariciaba al hijo. En el proceso
del duelo descubrimos que una cosa es alejarse de alguien y otra bien
diferente despedirse. Alejarse es rectilíneo, uniforme. Despedirse
es una curva áspera con mucha pendiente que tiende a doblarse en dos
en su punto de inflexión. Por eso regresa una idea ya expuesta en
otro poema: recordar a la madre en lo cotidiano y contar con su
presencia en esos momentos en que los sueños flotan cuando vamos
despertando. En este sendero de separación el autor se da cuenta de
que paladea la vida a pesar de desconocer su rumbo y a pesar del
temor, y a pesar de su inestabilidad, y lo hace como si no tuviera
final, como si nunca fuera a anochecer ni ella a marchitarse. Y al
fin, toma la decisión: cuando ya es primavera, asegura que cumplirá
con su promesa de llevarla al mar. Decía más arriba que esta
segunda parte es como un vaivén de sentimiento y reflexión. En esta
cadencia, encontramos una reflexión poética, acerca del no ser. El
poeta muestra de nuevo su actitud ante la vida que tiene mucho de
estoicismo vitalista: no debe preocuparnos no ser, pues no ser quita
los problemas y unifica criterios. Lo esencial es abrazar la
existencia, todos sus detalles y pequeñeces.
Ahora que ha puesto fecha para la definitiva despedida, nos regala
seis poemas —los últimos de la sección— que vuelven a los
sentimientos, al recuerdo, a cierto dolor y resignación. Ya nada se
puede atravesar para regresar a la madre; de nuevo la memoria es el
único lugar donde se puede repetir su palabra apasionada o sus
preguntas diseccionando lo cotidiano. El poeta se reitera a sí mismo
que el resto de su vida será más fría, sin el abrigo de su amor. Y
cuando ya viajan, en el poema “Madrecita”, especie de oración a
la madre, promete:
Haremos en tu honor lo posible / por cambiar cualquier nostalgia /
por playas plenas vivientes, / madrecita, / ya dada en tu
desvanecerte / a un cielo de gaviotas, humectadas / en luz
iridiscente y marina
A pesar de que todo parece claro, el poeta aún no acepta
completamente la situación y como no está muy seguro de la
eternidad, pide que su madre nunca llegue a la otra orilla, que
siempre navegue, porque así prolongará este nuevo modo de vida. Y
en el vitalismo que caracteriza al poeta, nos ofrece los dos últimos
poemas de esta sección segunda que ya anuncian la tercera. En el
primero descubre cómo cualquier amanecer es momento perfecto para la
acción de gracias, para proponer algo nuevo, para no morir, para
inventar esperanzas, para sentir que la zozobra y el miedo son del
pasado, para celebrar lo efímero. Y el segundo supone el pistoletazo
de salida al viaje. Algo tan sutil como una araña paseando por la
mano del poeta, encarna la potencia de la primavera y señala, a
pesar del recuerdo de su muerte, la dirección de la vida como algo
inevitable.
La tercera y última parte, “Paraíso” se divide en dos
secciones. Los cinco primeros poemas, aún son la voz del autor, el
yo que habla desde el inicio. Los cuatro finales emergen en la voz
materna: recuerdos, deseos, últimos anhelos.
Para cualquier mitología, religión, incluso ideario político, el
Paraíso es el lugar idílico hacia donde nos dirigimos. En muchos
casos, además, es punto de partida, con lo que alcanzar el Paraíso
es retornar al inicio de felicidad absoluta: inocencia, belleza,
ausencia de enfermedad y sufrimiento son la vida cotidiana.
Los primeros cinco poemas son fracciones del mismo momento, cuando el
poeta llega al lugar donde arroja sus cenizas. Primero contempla el
paisaje y llega a la conclusión de que dan igual creencias o
increencias. Lo único tangible es lo que está frente a la ausencia,
la razón frente a la ira, la verdad frente a la mentira. Y en la
línea del horizonte neutral (entre fe y ateísmo) habita la sonrisa
de un cercano paraíso, con que los dioses, de existir, premiarían.
Una vez arrojadas las cenizas, la imaginación del autor contempla
cómo el agua del mar pasa entre sus dedos, cómo se lo bebe para
tornarse ella duda mediterránea en alusión a la duda del paraíso
planteada en el anterior poema. Mientras contempla el final de la
playa sobre el acantilado, siente que allí chapotean su pies
humeantes, dejándose hundir en al arena, como si su ilusión por
saber y conocer permaneciera viva. El sabor del salitre se presta a
los labios como el sabor de los helados de tres gustos a la lengua.
(Y es que el viaje ha propiciado el recuerdo y regreso a la
infancia). Las últimas palabras del yo poético son para la
contemplación de la playa, el reflejo esmeralda del mar que cabe en
su mirada y en la de todos cuyo recuerdo de verdadera Costa Brava
modela su realidad. Así —aunque siempre lejana y de otros— es
siempre de la familia, mucho más ahora que es el paraíso donde la
madre habita.
Gracias al hijo/poeta, el lector escucha a la madre en cuatro poemas,
no sólo evocadores del pasado. En el primero, titulado “Expreso”,
la madre rememora su primer viaje en tren en verano desde la Meseta
hasta Garraf, pasando por Zaragoza y la desembocadura del Ebro, donde
ya para siempre retuvo el azul; ese expreso fue su guía de asombro y
ella mantuvo su devoción hacia su espíritu de hierro. En el
titulado “Si os dijeran” advierte que no la encontrarán en la
Meseta, ni en las cumbres de las montañas o en los pinares
castellanos, sino que estará viajando hacia la costa para dar su
cuerpo al agua y su inconformismo a las discusiones o estará
sonriendo entre los suyos y elaborando conclusiones sobre sus
preguntas. El penúltimo poema del libro, “Paraíso” es una
declaración de amor a ese paisaje. El libro concluye con el poema
titulado “Ya solo el mar”, un canto al mar como paraíso que
remata con una potente imagen a modo de definición de eternidad.
Sólo mirará al mar hasta que todas las raíces de su espíritu,
llegadas a la costa en el agua, penetren las rocas hasta hacerse
árbol su recuerdo para formar parte del paisaje de la Costa Brava.
Observará el mar como lo hacen las sirenas cuando dejan de luchar
contra la corriente y se detienen para meditar en el borde la luz
mediterránea. Como ángel cuyas alas son reflejo de la luna y las
estrellas, quedará en las calas dando la espalda complacida y sin
rencores, en libertad en el azul que la prolonga.
Pero además, el libro traza al lector un boceto de la madre. Esbozo
unas líneas de este perfil: ama al mar; fue muy tierna durante la
infancia del poeta; la enfermedad le hizo retornar a la infancia,
hasta el olvido de sí; le apasionaban los patios andaluces; utiliza
mucho como argumento el famoso “porque sí”; dejaba su huella en
cuanto hacía; fue mujer activa, siempre atenta a su hijo; su arroz
con leche aún lo recuerda el poeta; recortaba, doblaba y guardaba
todo lo que se publicaba sobre su hijo; era apasionada al hablar; le
gustaba preguntar para diseccionar la realidad; remendaba y cosía
muy bien; su último deseo fue que arrojaran sus cenizas al mar; le
encantaba aprender; el amor a la Costa Brava le llegó muy jovencita;
amaba la libertad.
Concluyo. Quien no haya tenido en sus manos este poemario, quizá se
sorprenda al comprobar que se trata de edición bilingüe. Catalán y
castellano comparten espacio y sentimiento. La razón tampoco es un
misterio. Se explica en la contraportada:
«La ubicación de esos lugares concretos en el Mediterráneo
catalán sugirió al autor la posibilidad de traducir a dicho idioma
la obra, algo que gustosamente aceptó el poeta abrerense José Luis
García Herrera a fin de que estos textos puedan leerse y sentirse
también en la lengua de aquella nacionalidad hermana, como
acercamiento de lo castellano y catalán, y en general de las
personas y los lugares que tienden a conectarse sin tener en cuenta
las fronteras»:
En fin, que sirvan mis palabras como tímido acercamiento a este
nuevo poemario de Norberto, otro paso más en su andadura de
creatividad poética que esta vez se asoma a uno de los sentimientos
más potentes que puede atrapar a cualquier ser humano, como es la
muerte de un ser querido y, sale de él fortalecido, convencido de
que tras la muerte se llega al Paraíso, por tanto a la felicidad, en
este caso hacerse parte de ese paisaje que mira al mar en un lugar de
la Costa Brava, en este azul que me prolonga.
Muchas gracias
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