martes, 17 de junio de 2014

Raquel Lanseros



LAS GRANDES VERDADES Y LA JUGADORA DE AJEDREZ

Sobre  el libro “Las pequeñas espinas son pequeñas”
 de Raquel Lanseros (Hiperión)
           
Dos libros han coincidido en mis manos estos días y en los dos he encontrado aspectos coincidentes, sobre todo en el tema de la Verdad, en el que estoy enfrascado últimamente.
El primero es el poemario de Raquel Lanseros “Las pequeñas espinas son pequeñas”, del cual deseo hacer amplio comentario aquí, y el segundo el ensayo filosófico “¿Cuánta verdad necesita el hombre?” de Rüdiger Safranski (Ensayo Tusquets Editores).
Determinadas alusiones a la verdad en el poemario de Raquel Lanseros, han motivado que alterne la lectura de ambos libros.
Sin ir más lejos, ya en su poema inicial he podido leer:

“La verdad no está en nadie, pero acaso
las palabras pudieran engendrarla” (Contigo)

algo que en seguida me ha puesto en prevenga sobre el interés que profesa la autora al tema de la verdad, o a su posible generación literaria y me ha remitido a una frase de Kafka, citada en el libro de Rüdiger, “En la escritura y sólo en ella se alcanza la verdad de la vida”.
Y es que independientemente de que Raquel Lanseros, haya conseguido hacer de su obra un muestrario de estados de ánimo y de actitudes ante los acontecimientos de las diferentes etapas de su vida, en que el optimismo, es la opción adecuada para darnos esperanza en medio de la debacle, también a dado otra vuelta de tuerca (dentro de su trayectoria poética) a la introspección sobre la verdad y la realidad circundante para comprender mejor aquello que nos rodea; el sentido, el consuelo, las explicaciones que la vida pueda alcanzarnos desde el conocimiento de algunas verdades.
En su poemario la autora, alterna con maestría los temas amorosos, con los nostálgicos, viajeros y los vitalistas-filosóficos de un modo profundo solamente comparable a la forma en que los maestros de ajedrez son capaces de hacerlo.
Y es que hay, que decirlo ahora, en Raquel se aúnan todas las características que definen modernamente a una buena poeta. No solamente hay que tener algo que contar y no solamente hay que saberlo contar, sino que resulta fundamental el emplear el lenguaje poético adecuado calculando el modo en que el mensaje transmitido llegará a un posible lector de forma similar a la que un maestro de ajedrez calcula las jugadas ganadoras en posteriores jugadas de la partida.
Raquel al igual que ya lo hacía en Croniria, sigue preguntándose dentro de esos niveles de profundidad literaria, sobre lo trascendente, sin renunciar a ningún asidero que pueda mantenerla en la inocencia de la juventud:
“Ayudame, Señor, quien quiera que tú seas
espectro, voz en off, deidad doméstica.
incógnita, yo schopenhaueriano,
hálito cuántico del cosmos unitario. (Plegaria del clarividente)

Se pregunta también, en términos solipsistas, sobre el sentido de interpretar la realidad desde la soledad, esa soledad que según avanza la vida vamos teniendo que asumir e interpretar.
            “¿Existirá la piedra cuando nadie la mire?
            …………………………………………..

            ¿Quién está percibiendo a través de nosotros? (La subrogación perceptiva)
  
Usa también sus poemas para defenderse de los miedos vitales, respecto de las sospechas de finitud y de que todo se acaba antes o después.
La poetisa recae en la realidad de la vejez de sus ancestros en poemas como “Compatriota de los robles”, (donde aparece la frase que da título al libro), en “Villancico remoto”, “Acción de gracias entre tus brazos” o en “Faros abandonados”, para también recaer en la realidad del acabarse uno mismo, propio de la media edad, en la que este tipo de reconsideraciones aparecen vivamente, como elemento realista de defensa ante los propios miedos.
Así podemos ver en “Plegaria del clarividente”
“No me sirven las cosas.
Todas me son ajenas.
Sé que voy a marcharme sin bolsillos.”

o en “Apunte para una despedida”
“Ya no soy inmortal. Me corresponde
la forzosa medida de mi edad.”

El mensaje global, en cualquier caso, es que las pequeñas espinas deben de ser pequeñas y no debemos magnificarlas; no deben ponernos trabas para avanzar optimistamente en la vida. La desaparición y enfermedades de nuestros ancestros no deben de hacer que nuestro ánimo decaiga, ese es el mensaje final que se trasluce en versos como:
“Sé que tengo sentido porque vivo
y sé que no hay dolor ni menoscabo
que pueda inmolar esta fortuna
de ser el presente, de existir,
de sentirme el orfebre del instante.”
(Himno a la claridad)

Y así acabamos en el lugar que empezamos. ¿Qué responder al verso “No hay verdad más profunda que la vida” con el que Raquel quiere categorizar y cerrar el círculo de verdades que ella necesita?
Ella quiere trasmitirnos que quizá en el aferrarnos a la vida haya que dejar la investigación sobre la verdad. Que es esta realidad la que nos va a salvar y a conferirnos la inmortalidad instantanea en lo perentorio. Que solo viviendo intensamente conseguimos el Ars Oblivionalis necesario para alcanzar la felicidad.
Como decía Kleist en 1801 (según leo en el libro citado de Rüdiger): “Mis momentos más felices son aquellos en los que logro olvidarme de mí mismo”.
Para los que leáis “Las pequeñas espinas son pequeñas” un poema que me ha llegado…. Faros abandonados.
¡Enhorabuena Raquel! Esta obra es un paso más hacia adelante en tu ya consolidado quehacer poético.                                                                                          Norberto García Hernanz

1 comentario:

  1. Mi ahondar está a ras de suelo, Raquel consagra la profundidad de la que carezco.

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