LAS GRANDES VERDADES Y LA JUGADORA
DE AJEDREZ
Sobre el libro “Las
pequeñas espinas son pequeñas”
de Raquel Lanseros
(Hiperión)
Dos libros han
coincidido en mis manos estos días y en los dos he encontrado aspectos
coincidentes, sobre todo en el tema de la Verdad, en el que estoy enfrascado
últimamente.
El primero es
el poemario de Raquel Lanseros “Las
pequeñas espinas son pequeñas”, del cual deseo hacer amplio comentario
aquí, y el segundo el ensayo filosófico “¿Cuánta
verdad necesita el hombre?” de Rüdiger
Safranski (Ensayo Tusquets Editores).
Determinadas
alusiones a la verdad en el poemario de Raquel Lanseros, han motivado que
alterne la lectura de ambos libros.
Sin ir más
lejos, ya en su poema inicial he podido leer:
“La verdad no está en nadie, pero acaso
las palabras pudieran engendrarla” (Contigo)
algo que en seguida me ha puesto
en prevenga sobre el interés que profesa la autora al tema de la verdad, o a su
posible generación literaria y me ha remitido a una frase de Kafka, citada en
el libro de Rüdiger, “En la escritura y sólo en ella se alcanza la verdad de la
vida”.
Y es que
independientemente de que Raquel Lanseros, haya conseguido hacer de su obra un
muestrario de estados de ánimo y de actitudes ante los acontecimientos de las
diferentes etapas de su vida, en que el optimismo, es la opción adecuada para darnos
esperanza en medio de la debacle, también a dado otra vuelta de tuerca (dentro
de su trayectoria poética) a la introspección sobre la verdad y la realidad
circundante para comprender mejor aquello que nos rodea; el sentido, el
consuelo, las explicaciones que la vida pueda alcanzarnos desde el conocimiento
de algunas verdades.
En su poemario
la autora, alterna con maestría los temas amorosos, con los nostálgicos,
viajeros y los vitalistas-filosóficos de un modo profundo solamente comparable
a la forma en que los maestros de ajedrez son capaces de hacerlo.
Y es que hay,
que decirlo ahora, en Raquel se aúnan todas las características que definen
modernamente a una buena poeta. No solamente hay que tener algo que contar y no
solamente hay que saberlo contar, sino que resulta fundamental el emplear el
lenguaje poético adecuado calculando el modo en que el mensaje transmitido
llegará a un posible lector de forma similar a la que un maestro de ajedrez
calcula las jugadas ganadoras en posteriores jugadas de la partida.
Raquel al
igual que ya lo hacía en Croniria, sigue preguntándose dentro de esos niveles
de profundidad literaria, sobre lo trascendente, sin renunciar a ningún asidero
que pueda mantenerla en la inocencia de la juventud:
“Ayudame, Señor, quien quiera que tú seas
espectro, voz en off, deidad doméstica.
incógnita, yo schopenhaueriano,
hálito cuántico del cosmos unitario. (Plegaria
del clarividente)
Se pregunta también, en términos
solipsistas, sobre el sentido de interpretar la realidad desde la soledad, esa
soledad que según avanza la vida vamos teniendo que asumir e interpretar.
“¿Existirá
la piedra cuando nadie la mire?
…………………………………………..
¿Quién
está percibiendo a través de nosotros? (La subrogación perceptiva)
Usa también
sus poemas para defenderse de los miedos vitales, respecto de las sospechas de
finitud y de que todo se acaba antes o después.
La poetisa
recae en la realidad de la vejez de sus ancestros en poemas como “Compatriota
de los robles”, (donde aparece la frase que da título al libro), en “Villancico
remoto”, “Acción de gracias entre tus brazos” o en “Faros abandonados”, para también
recaer en la realidad del acabarse uno mismo, propio de la media edad, en la
que este tipo de reconsideraciones aparecen vivamente, como elemento realista
de defensa ante los propios miedos.
Así podemos
ver en “Plegaria del clarividente”
“No me sirven las cosas.
Todas me son ajenas.
Sé que voy a marcharme sin
bolsillos.”
o en “Apunte para una despedida”
“Ya no soy inmortal. Me corresponde
la forzosa medida de mi edad.”
El mensaje
global, en cualquier caso, es que las pequeñas espinas deben de ser pequeñas y
no debemos magnificarlas; no deben ponernos trabas para avanzar optimistamente
en la vida. La desaparición y enfermedades de nuestros ancestros no deben de
hacer que nuestro ánimo decaiga, ese es el mensaje final que se trasluce en
versos como:
“Sé que tengo sentido porque vivo
y sé que no hay dolor ni menoscabo
que pueda inmolar esta fortuna
de ser el presente, de existir,
de sentirme el orfebre del instante.”
(Himno a la claridad)
Y así acabamos
en el lugar que empezamos. ¿Qué responder al verso “No hay verdad más profunda que la vida” con el que Raquel quiere
categorizar y cerrar el círculo de verdades que ella necesita?
Ella quiere
trasmitirnos que quizá en el aferrarnos a la vida haya que dejar la
investigación sobre la verdad. Que es esta realidad la que nos va a salvar y a
conferirnos la inmortalidad instantanea en lo perentorio. Que solo viviendo
intensamente conseguimos el Ars Oblivionalis necesario para alcanzar la
felicidad.
Como decía
Kleist en 1801 (según leo en el libro citado de Rüdiger): “Mis momentos más
felices son aquellos en los que logro olvidarme de mí mismo”.
Para los que
leáis “Las pequeñas espinas son pequeñas” un poema que me ha llegado…. Faros abandonados.
¡Enhorabuena
Raquel! Esta obra es un paso más hacia adelante en tu ya consolidado quehacer
poético. Norberto García Hernanz
Mi ahondar está a ras de suelo, Raquel consagra la profundidad de la que carezco.
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